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Ahora que estoy en buen momento con Nora, que me siento bien con ella y ella conmigo, me gustaría hablar de algo que me pesa mucho, porque no siempre es así, nuestra relación no es siempre ideal. La quiero con el alma y doy la vida sin dudar ni un segundo por ella, pero hay veces que me cuesta su forma de ser y no consigo tener feeling con ella, no sé si es la edad, el cansancio, no sé, pero me gustaría estar con ella bien siempre, sin dar importancia a ciertas cosas que a veces me revientan.

Cuando decidimos ir a por el segundo, ni me planteé que fuera a ser niña, me había costado tanto llegar a la armonía con Nora que sabía que si tenía una niña me sería mucho más fácil la relación con ella, así que decidí que Nora sería mi única hija. Pero la naturaleza tenía otros planes para mí. Vino una nena con la que todo fue fácil y que me hizo sentirme infinitamente culpable por que mi relación con Nora no hubiese sido igual con ella.

Cuando me quedé embarazada de Nora sólo vivía con papi los fines de semana, así que empezamos a convivir la semana entera con el bombo, las hormonas y todos los miedos que vienen con la barrigola. Dejé de fumar, papi redujo y un mes antes dejó de fumar…os podéis imaginar el mal rollo de ese último mes de embarazo.

Finalmente cuando Nora llegó, tras 48 horas de dolor, cansancio y un parto muy instrumentalizado. Me la pusieron encima, me la engancharon al pecho, para finalmente llevársela a no sé donde una hora. En la habitación, 15 minutos después de parir había siete personas, papi y yo. Y me sentí profundamente triste y sola. Algo se había roto en mí en ese parto y no me dieron la oportunidad de recomponerlo, de disfrutar de unas horas los tres, de hablar con papi sobre el cansancio, de observar juntos a nuestra hija, de engancharnos. Durante tres días tuvimos la habitación llena, durante tres noches no cesaron los llantos por estrés de Nora, yo sumaba cuatro días sin dormir.

Nunca me he sentido tan sola y tan perdida como aquí. No sentía lo que se supone que hay que sentir y me costó asumirlo.
Nunca me he sentido tan sola y tan perdida como aquí. No sentía lo que se supone que hay que sentir y me costó asumirlo.

No sentía por mi hija lo que se suponía que tenía que sentir, solo estaba cansada, exhausta, agotada. Sólo quería dormir de por vida. Cuando llegamos a casa de mis padres y allí estaban ellos, mis suegros y tíos, dejé a la niña allí y me fui a hacer unas compras. No podía, sólo tenía ganas de llorar. Nuestra primera noche, no en nuestra casa, sino en la de mis padres, sentí que empezaba el cuarto día de infierno y rompí a llorar. Papi cogía a su niña y lloraba de emoción, yo alcancé a decir «No puedo, no soy capaz, esto me queda enoorme». Y empezaba el llanto otra vez.

Mis tetas estaban destrozadas, apenas me habían dado una pauta, «te la pones así y ya está» (tal cual), mi cuerpo no quería cogerla, porque cada vez que la cogía quería mamar y me destrozaba. Cuando mi madre se sintió confiada para dejarnos ir y me vió mejor, fuimos a casa. Allí era otra cosa. Empecé a pasar mucho tiempo con ella, mirándonos a los ojos, dormíamos de día, las noches seguían siendo duras. Hasta seis meses después no acabó de encajar todo.

Desde entonces aprendí a ver venir en vez de tener expectativas, aprendí a conocer, aceptar y respetar a Nora. Yo me esperaba una morena cachonda, bailarina y locuela, pero me encontré con una miniversión de marido con su mala leche, sentido desmesurado del ridículo y adulta en pequeño. Sigo aprendiendo a aceptarla.

Nora es genial, es una niña muy responsable, inteligente, dulce, atlética, lectora, inteligente, mimosa, también muy demandante, exigente, parlanchina (vamos, que te puede llegar a taladrar el cerebro sin problema alguno). Y yo hay veces que me sigo sintiendo infinitamente culpable porque a veces me cae mal. En realidad son esas rachas que tenemos, que se me junta todo y ella se pone más exigente e inflexible, todo el tiempo demanda mi atención, que juegue, que le prepare actividades, que la coja, que la mime, que la escuche, que aguante sus golpes… y yo no puedo.

Luego llega otra época genial en la que los celos se desvanecen y se transforma en la hermana mayor más maja del mundo, en una niña que espera, que pone pegatinas sola un ratito, que se entretiene con su hermana pequeña sin atosigarla, que te da abrazos de verdad, que verbaliza lo que quiere en vez de llorar, que te demuestra que es fantástica de pé a pá. Todas las noches pienso que merece la pena, siempre tiene algo que elimina todo lo malo.

Sé que cuando me sobrepasa es retroalimentación de mi estado emocional, si estoy mal ella lo está, si estoy bien es genial (genial como lo es un niño de tres años y pico, adolescente pero más majo). Pero hay muchos días que se trae el mal royo de clase y no para de gritar, insultar, pegar… Y no puedo evitar pensar lo difícil que es a veces. Siempre digo «intensa», pero para ser sincera la palabra «difícil» siempre ha estado ahí, bueno, ella es mi niña de alta demanda.

Pero no paso por alto que es gracias a ella que crecí como madre, me exigí un segundo embarazo maravilloso y equilibrado, un parto animal y un encuentro íntimo con Vera. Nunca podré agradecerle lo suficiente que si mi relación con Vera ha sido así desde el principio ha sido gracias a los errores que cometí de primeriza. Que siento que es injusto para ella, pero no puedo hacer nada por cambiarlo, solo por intentar ser mejor para ella día a día.

La foto hecha por papi rezuma paz y felicidad. Solo siento alegría y la energía tan poderosa que sentía en esos momentos
La foto hecha por papi rezuma paz y felicidad. Solo siento alegría y la energía tan poderosa que sentía en esos momentos

Es tan importante el respeto a la familia recién inaugurada, la gente no se da cuenta y se piensa que tienen que ir al hospital, pero sobráis, sobráis todos, lo digo desde el amor y por vuestro bien, no vayáis al hospital a visitar a una parturienta a no ser que lo hayáis pactado. Vais, dais un beso, las flores, les decís lo guapos que son los bebés y os largáis echando leches, no sobrepaséis los 10 minutos de visita bajo ninguna circunstancia.

Podría omitir lo «malo» que pienso a veces, pero lo de enmascarar no va conmigo, creo que mi tabla de planchar y mi cesta de la ropa son un fondo bastante común en mis fotos, de igual manera las cosas más duras de la maternidad las comparto, porque hay veces que resulta que le pasa a más gente. Son esas cosas que quiero superar, no pensar en «quiero o me gustaría que mi hija no fuese así» y aceptarla tal y como es, a veces me encanta y otras…no tanto.

Besitos 🙂